Al comenzar el camino como agente inmobiliario recibimos múltiples consejos para poder emprender en éste hermoso rubro; uno de los consejos más recurrentes, sobre todo al comienzo, es el de “sacarle el jugo” a nuestra lista fácil.

Se llama lista fácil a aquellos contactos más cercanos de nuestro entorno: familia, amigos, compañeros de trabajos anteriores, colegas, etc. Todo ello con la intención clara de hacerles saber a dichos contactos que nos estamos dedicando a los bienes raíces y que podemos ayudarles a encontrar algún inmueble que estén buscando o a vender o alquilar los que pudieran tener.

Todo ello es completamente válido, pero para algunos (como yo) dicha lista fácil no nos ha resultado tan provechosa como a otros colegas, particularmente tengo no una ni dos, si no más bien varias anécdotas donde la lista fácil que yo manejaba no resultó tan beneficiosa como lo dictan algunas teorías.

Hace algún tiempo me llamó un amigo de infancia, de esos con los que asistes al mismo colegio, que vivíamos en el mismo barrio, de esos a los que conoces a toda su familia, amigos de toda la vida. Me pidió hacerme cargo de la venta de la casa de su mamá, a lo que accedí con gusto, pero con un poco de recelo por el escenario que ya les describo.

Mi amigo me pidió coordinar todo con su hermana, quien vive hasta la actualidad con la señora de quien guardo el mejor de los recuerdos por muchas cosas que hizo en mi infancia. La hermana, a quien en adelante llamaremos Claudia, resultó ser una persona muy difícil de tratar, la propiedad tiene buena ubicación, se encuentra en esquina, aunque la zona no es muy segura que digamos, el gran problema de esa casa es que estaba a medio construir pues el proyecto quedó trunco cuando falleció el papá de Claudia y Roberto (así llamaré a mi amigo).

Durante las primeras semanas sugerí colocar un letrero para facilitar la publicidad, la zona de la casa es una de aquellas en donde quienes buscan alguna propiedad suelen hacerlo a pie, por lo que mi sugerencia era completamente válida, se demoraron varias semanas en autorizarlo aduciendo un temor a un grado que no conocía antes por parte de Claudia, las alarmas se encendieron pues algo me decía (llámenlo atención o experiencia) que la mencionada señora sería un problema más adelante, lamentablemente así fue.

Pasado un tiempo nos llegó una oferta, una vecina me contactó por el letrero, hizo una oferta inferior al precio de lista, mismo que ya les había advertido que estaba un poco elevado, pero la relación que tenía con ellos me limitó (cosa que jamás debe pasar) a insistir en poner un precio más realista.

La negociación fue agotadora, hablar con la mamá de mi amigo por horas por teléfono debido a que en el interín llegó el COVID, luego de ello enterarme que Claudia y la compradora tenían antipatías propias de vecinos, factor que originó que la hermana de mi amigo pusiera más de un pero para aceptar las condiciones que, a mi parecer, eran ideales: 40% de adelanto a la minuta y el 60% restante con la cancelación, firma de escritura y la respectiva entrega de llaves.

Llegado el día de la firma de la minuta, con el cheque ya emitido y con el horario definido simplemente Claudia me comunicó que no venderían, que si la compradora estaba tan interesara le diera el dinero completo el día que se había ofrecido la cancelación y sólo si le daba luego 30 días más para dejar la casa, le comenté que ya le había explicado cuál era el proceso de venta, que en ningún momento habíamos hablado de eso y que no era nada serio pretender imponer dichas condiciones en ése momento.

Si realmente la lista fácil funciona o no es cuestión de cada uno, esto no es más que una mera anécdota, pero si hay algo que es completamente real en nuestra labor es que las relaciones públicas y el comunicar siempre y por todos los medios posibles que nos dedicamos a esta hermosa labor puede ser una herramienta de mucho valor en nuestro día a día.

Autor: Angel Strat

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